jueves, 7 de mayo de 2015

La nicotina también llega al cerebro de los fumadores pasivos, no sólo al de los activos

El humo de tabaco que inhalan los fumadores pasivos mientras permanecen en un espacio cerrado donde otra persona fuma, tiene un efecto directo y medible en nuestro cerebro; un efecto muy similar a lo que sucede en el cerebro de la persona que le va dando caladas al cigarrillo.

De hecho, como es bien sabido, cuando el fumador pasivo es una persona que fuma habitualmente pero lleva horas sin hacerlo o bien está intentando dejar el tabaco, la inhalación de ese humo, esparcido en el aire por alguien que está fumando en ese momento, despierta el ansia de fumar en ese fumador pasivo.

Ahora, un estudio financiado por el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA por sus siglas en inglés), que es parte de los Institutos Nacionales de la Salud en los EE.UU., ha profundizado en el mecanismo que despierta tales ansias en esos fumadores pasivos, y también aporta otros interesantes datos.

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En este estudio reciente se utilizó la tomografía por emisión de positrones para demostrar que una hora inhalando humo como fumador pasivo en un espacio cerrado transporta suficiente nicotina al cerebro como para permitir a ésta enlazarse a los receptores cerebrales que normalmente son alcanzados en el cerebro de los fumadores activos por la exposición directa al humo del tabaco. Esto sucede en el cerebro de los fumadores y en el de los no fumadores.

Investigaciones anteriores han corroborado que la exposición de los fumadores pasivos al humo del cigarrillo aumenta las probabilidades de que los niños se conviertan en fumadores en la adolescencia, y también hace más difícil que los fumadores adultos abandonen el hábito.

En otras palabras, todo apunta a que el humo inhalado por los fumadores pasivos actúa en el cerebro como un promotor del hábito de fumar.

"Este estudio ofrece pruebas concretas en apoyo de las normativas que prohíben fumar en lugares públicos, sobre todo en espacios cerrados y cerca de los niños", subraya el doctor Arthur Brody, del Departamento de Psiquiatría y Ciencias Bioconductuales de la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles), y coautor del estudio.

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